SENSIBILIDAD,
ARMONÍA Y
ENCUENTRO
CON LA BELLEZA
Aurora Gámez Enríquez
Presidenta de ALAS
Soledad Fernández una de las pintoras realistas más importantes
del momento. Presentar una exquisita selección de su obra bajo
el título LA INGRAVIDEZ DE LA CARNE es sin duda un acontecimiento
cultural realmente importante para nuestra provincia. Lo fue en su día
en Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca, Tenerife, Zaragoza y fuera de
España Bruselas, Ámsterdam y Lisboa, en varios estados de México y de
Estados Unidos: Washington, Chicago, Nueva York y Miami. En Andalucía
Sevilla y ahora Alhaurín de la Torre Málaga.
Acompañar con la palabra de poetas y escritoras del grupo ALAS la obra de
Soledad Fernández ha sido un acierto que le debemos a Inmaculada García
Haro, la comisaria de la exposición. Ella ha seleccionado versos y textos
de las distintas autoras para acompañar los cuadros. Es pues el conjunto
“La Ingravidez de la Carne” una obra expositiva en sí misma. La mirada de
Soledad Fernández se proyecta esta vez a través de la mirada de Ángela
Fernández, Nurya Ruiz, Aurora Gámez, Lola R. Maurazos, Inmaculada García
Haro, Fuensanta Martín Quero, Carmen Sánchez Melgar, Inmaculada G.
Benavides, Alice Wagner, Mercedes Sophía Ramos, Encarna López Navarro,
Alicia Cosme, Rosa R. Gisbert, Van García y Adela Casado.
Sensibilidad, armonía y encuentro con la belleza nos alcanza contemplando
la obra de Soledad Fernández en La Ingravidez de la Carne.
LA IMPECABLE
VEROSIMILITUD
EN LA OBRA DE
SOLEDAD
FERNÁNDEZ
Inmaculada García Haro
Comisaria de la exposición
Cuando entras en el estudio de Soledad Fernández en su vivienda de Collado-
Villalba (Madrid) penetras en un túnel del tiempo que te transporta a
una variatio del lienzo de Gustave Courbet “El Estudio del Pintor” (1855)
exenta de personajes. De ese pretérito venero y de sus coetáneos, Daumier
o Millet, componentes de lo que se catalogó como una nueva corriente, el
realismo, bebe la obra de Soledad Fernández que se considera a sí misma
como pintora “de taller”, pues esta artista, nacida en Madrid en 1949, se
recuerda desde niña con un pincel en la mano y asistiendo, desde muy
joven, a las clases del pintor José Gutiérrez Valle durante ocho años.
Pero hay que retrotraerse aún más en el tiempo para analizar la trayectoria
que la representación pictórica recorrió desde el renacimiento para
entender su obra y los caminos que la pintura figurativa ha recorrido hasta
converger en ella, pues si bien el descubrimiento de la perspectiva fue la
gran aportación del humanismo a la representación pictórica en los siglos
XV y XVI, los avances de la ciencia durante el siglo XVII contribuyeron
enormemente a dar respuesta a las necesidades de interpretación de la
realidad con suficiente verosimilitud. En 1611 Kepler en su Dioptrice desarrolló
una óptica geométrica que complementa la obra de Galileo; Descartes
(1596-1650) enunció que “la luz no es un verdadero movimiento
sino es una tendencia, que producida por variaciones rítmicas de presión
en el seno de un fluido se propaga instantáneamente”.
Todos estos descubrimientos tuvieron convergencias en la Opticks de
Newton sobre la naturaleza de la luz y la óptica y de todo ello los pintores
del siglo XVII se sirvieron para establecer nuevos lenguajes y composiciones
hasta llegar a un virtuosismo inigualable que tuvo su clímax en el Siglo
de Oro español de la que Soledad Fernández puede considerarse heredera
directa. Paisajes, como el que sirve de escenario para su obra “Soñando en
Púrpura” muestran la maestría y el conocimiento técnico de la perspectiva
aérea velazquiana, los pliegues de los tejidos con los que invade sus obras
(“Una serena brisa” o “Descubriéndose”, entre otras,) evocan los hábitos
de los lienzos de Zurbarán y en sus espléndidos bodegones conjuga la sobriedad
de Sánchez Cotán con el virtuosismo holandés. En este contexto de
evocaciones barrocas hay que colocar “Luz y sombras” sin duda una de sus
mejores obras de la que Caravaggio, si pudiera contemplarla, mostraría,
sino la complacencia impropia de su colérico carácter, sí el orgullo de ser
el origen de la herencia tenebrista.
Pero cualquier mirada insistente no puede dejar de reconocer lo mucho
que de academicista, entendiéndose el término academicismo en su concepto
inicial como una corriente surgida y desarrollada principalmente
en Francia en el S. XIX a consecuencia de la institucionalización de la
enseñanza artística en academias, tiene la obra de Soledad Fernández.
Sin embargo, aunque la artista cumple con exactitud todas las normas
para dibujar y pintar correctamente sin apartarse de la regla, lo que en el
academicismo se convierte en defecto, pues la pericia iba en detrimento
de lo esencial (espontaneidad, sentimiento y creatividad) resultando de
esta manera, obras técnicamente irreprochables, de bella factura, pero sin
sentimiento, sin alma, en Soledad Fernández es virtud pues para ella la
técnica es un mero instrumento para expresar lo que su alma siente y
percibe delante de la realidad mostrada. Obras como “En la noche” puede
recordarnos en su factura y pincelada a virtuosos artistas decimonónicos
pero eso no es obstáculo sino camino para mostrarnos lo que la artista
quiere expresar: el gesto más rotundo de desesperación y dolor. Por tanto,
a la evidente herencia decimonónica que ya hemos analizado, habría que
sumar lo mucho que de las corrientes románticas y simbolistas encierra y
la continua evocación a la obra de Dominique Ingres.
Pero no solo Soledad Fernández miró hacia el realismo decimonónico para
ejercer su obra. Otros pintores del siglo XX también lo hicieron pues, a
pesar de que con la obra de William Turner “Lluvia, Vapor y Velocidad”
(1844) se inicie, para muchos teóricos, la ruptura del espacio pictórico, la
pintura figurativa no ha dejado de tener un fuerte protagonismo a lo largo
de la historia del arte hasta nuestros días. Muchos pintores de la década
de los 50 y 60 del siglo XX que formaron parte de lo que dio en llamarse
realismo social como Javier Clavo, Manuel Mampaso, Carlos Pascual de
Lara, etc. y los agrupados en torno al movimiento “Estampa Popular”, tomaron
como referencia a los pintores realistas decimonónicos y, aunque
en Soledad Fernández no se aprecian, salvo honrosas excepciones, las inquietudes
sociales de aquellos, sí está presente el método instaurado en
aquellas décadas de “pintar del natural”. Al igual que G. Courbet, que
aprendió a pintar tomando como modelos a sus hermanas, Soledad toma
como modelos a las mujeres más cercanas a las que exprime al milímetro
para conseguir de ellas lo que su alma busca.
Y es que también hay mucho de la pintura del siglo XX en la obra de Soledad
Fernández, fundamentalmente la temática en sí pues no es hasta el
pasado siglo cuando el cuerpo femenino se convierte objeto de representación
en sí mismo, aunque con anterioridad la representación del desnudo
femenino esté presente en toda la historia del arte como representación
alegórica. Así lo hiciera Tamara de Lempicka en la década de los 20 y, con
posterioridad y, salvando las distancias, numerosos artistas en el ámbito
español como sus coetáneos Virtudes Alcarria y Pepe Cañete, entre otros.
La factura de Soledad en todos los géneros que ejerce es impecable. Su
exposición en 1985 “Paisajes urbanos del Escorial” mereció múltiples elogios,
entre los que tuvo al escritor y crítico de arte, D. Santiago Amón.
Igualmente en las naturalezas muertas, las composiciones de objetos dia
rios, los bodegones, etc. Soledad nos muestra una técnica que raya la
perfección.
Pero es sin duda la representación de la figura humana donde Soledad es
maestra indiscutible. Inicia esta andadura con la exposición en la Sammer
Galery de Londres en 1987 y nuestro país estuvo a la altura del acontecimiento.
La salida de la obra de España fue recogida en el programa
de Jesús Hermida “A mi manera” y a su inauguración asistieron diversas
personalidades como el embajador de España. La exposición fue grabada
por Televisión Española en el Exterior. A partir de aquí su obra ha sido expuesta
en galerías de las principales ciudades del mundo y está presente
en numerosos museos.
Sin embargo es tremendamente curioso y despierta la mayor de las perplejidades
observar cómo una artista que desarrolla una obra basada en cuerpos
femeninos con formas de mujeres “reales” obtiene un rotundo éxito
en una década, los ochenta, en la que la nueva figuración y el movimiento
postmoderno casaba mal con el término “femininad”. Ni siquiera el feminismo
pudo pactar con un movimiento pleno de cantos de sirena porque
“…bien leído Lyotard, la caída de la modernidad es la caída de TODOS los
metarrelatos emancipadores, incluído el feminismo clásico (Feminismo y
postmodernidad: La encrucijada de los cuerpos del siglo XXI. García Martí
nez, J.D.)”. Tan solo en el contexto de la corriente hiperrealista, que en España
tiene figuras tan relevantes como Antonio López, Eduardo Naranjo o
Gregorio Palomo, puede entenderse la obra de Soledad Fernández, aunque
ella no se identifique plenamente con ella, dado que no todo el conjunto
de su obra responde a sus preceptos.
El hiperrealismo, como expresión radical de la pintura realista, surge en
Estados Unidos a finales de los años 60 del siglo XX y propone reproducir
la realidad con más fidelidad y objetividad que la fotografía. Sin embargo
la magia metafísica que encierran obras como ”Descanso en Burbujas” o
“La Voz” representan su más alta trayectoria pictórica y la enlazan directamente
con pintores de la talla del Chileno Claudio Bravo (Valparaíso, 1936
- Marruecos 2011) . Ambos han reinventado el hiperrealismo despejando
la incógnita de la subjetividad de esta corriente y manifestándose como demiurgos
en plena acción consciente y partícipe de la realidad interpretada
y no como meros espectadores pasivos.
En definitiva, la artista madrileña, Soledad Fernández, puede considerarse
la heredera del legado de las técnicas pictóricas y compositivas del Siglo
de Oro español, revisadas por su aguda captación de las nuevas tendencias
y técnicas pictóricas posteriores que ha sabido filtrar para conseguir texturas
inigualables.
De su obra han escrito críticos de arte como Santiago Amón, Francisco Prados
de la Plaza, Francoise Tempra, José Pérez Guerra, Carlos García Osuna,
Santos Torroella, Javier Rubio, Mario Antolín, M. L. Camboy, Tomás Paredes,
Antonio Morales, Julia Séenz-Angulo, Rafael Perellá-Paradelo, Agustín
Romo, J. Marcaro Pasarius, Héctor López, Ángel Azpeitia, Antonio Lisboa
y David Amor, etc. Entre otros espacios televisivos el programa “Fetiche”
(TVE2) le dedicó un monográfico y el mediático periodista Jesús Hermida
“retransmitió” el acontecimiento que supuso su exposición en la Sammer
Galery de Londres en 1987.
Soledad Fernández está considerada por la crítica como una de las mejores
pintoras realistas del momento y su obra ha estado y está presente en exposiciones
y museos de todo el mundo, siendo uno de sus temas favoritos
el cuerpo humano, sobre todo el desnudo de mujer. La “carne” en la obra
de Soledad tiene una presencia rotunda pero su atmósfera la dota de cierta
ingravidez que la hace única.
Su segunda residencia en la localidad del Rincón de la Victoria ha dado lugar
a una vinculación sentimental con la ciudad de Málaga. Ella ha elegido
a A.L.A.S. como cordón umbilical.